sábado, agosto 27, 2005

INTERCONECTADOS


Una niña juega en la plaza. Su padre lee el diario aburrido. La niña lo rodea, saltando en un pie. El papá no levanta la mirada. A 5 cuadras, un perro le ladra a una bicicleta. El ciclista se pone nervioso. Lanza algunas patadas para alejar al perro. El perro detiene su loca carrera. Mira al ciclista alejarse por la calle. En un kiosco, una anciana compra una revista. Se guarda el vuelto en su cartera. La vieja se sienta en el paradero. Abre la revista y empieza a leer. El ciclista pasa por el paradero. La anciana deja a un lado la revista. Llama al ciclista. El ciclista se detiene, apoya su pie derecho contra la vereda y conversa dos palabras. En la plaza, la niña persigue a un par de palomas. Su padre mira su reloj y estira los brazos. El perro camina hacia la plaza. Ladra al mismo par palomas y toma agua de una fuente. El ciclista reanuda su camino. La anciana sigue leyendo la revista. Una micro se acerca por la avenida. El ciclista se cruza con la micro. La anciana deja de leer, se pone de pie y hace parar la micro. Se sube. La niña comienza a perseguir el perro. El perro se asusta y corre alrededor de la fuente. El padre se rasca la cabeza y retoma la lectura del diario. La micro se acerca a la plaza. El perro se acerca a la avenida. La niña persigue al perro. El padre no levanta la mirada. El ciclista se baja de su bicicleta y entra a una casa. La micro acelera por la avenida. La anciana se sienta tras el chofer. El perro cruza la avenida. La niña va tras el perro. Se escucha el chirrido de unos frenos. El ciclista se da una ducha caliente. El paradero está vacío. La anciana se aferra al asiento. El padre levanta la mirada.

martes, agosto 23, 2005

POSEIDO


Se movía rápido. Tenía el chiste a flor de labios. Vendía películas piratas y sandwiches de palta a media tarde. Era junior. Junior de una agencia de publicidad. Conocía todos los dramas de la oficina. El jefe lo llamaba Willy, su mujer Memo, su madre Guillermo. Tenía 43 años. Casado. 2 hijos lindas. Estudió hasta 2ª medio, hizo el servicio militar y su plato preferido eran las vienesas con puré picante. Su primer sueldo lo gastó en un vestido para su mujer. Fue el Mejor Compañero de la Oficina durante 4 años seguidos. No fumaba. No tomaba. Bailaba apretado solo con su mujer. Andaba con La Cuarta bajo el brazo, no conocía los café con piernas y todas las secretarias le invitaban un tecito. Una suculenta Libreta de Ahorro para la Vivienda era su máximo orgullo. Jugaba al Kino, al Loto, la Pirámide y muy de vez en cuando a los caballos. Su radio favorita era la Corazón. Bueno para el baby fútbol. Todas las noches se quedaba dormido viendo Morandé con Compañía. Su único pecado era un póster de Marlene Olivarí, doblado en ocho pequeñas partes, que escondía en su libreta de pedidos. Hace 12 años había leído su último libro. Una vez escribió un poema. Su actor favorito era Arnold Schwarzenegger. Colo Colo, el club de sus amores. Contaban que era feliz. Un día escuchó una voz y la voz le pasó un hacha y el hacha lo llevó hasta la cama de los niños y los niños se convirtieron en angelitos y los angelitos llamaron a su madre y la madre pidió que la sacrificara. El despertó al otro día. En un juicio rápido, le tiraron perpetua.

domingo, agosto 21, 2005

TENGO MIEDO


Tengo miedo. El señor Sanfeliú me dijo que tuviera ojo con los derechos de autor de estos miserables cuentos. Al principio no le di importancia (quién sería capaz de robarme estas historias? Milli Vanilli? El señor Rosasco? La señora de Zurita?) Pero luego de una espantosa pesadilla, sentí miedo. Y si alguien se hacía famoso a costa de mi trabajo? Y si alguien viajara por el mundo, visitando ferias de libros, hoteles 5 estrellas, a costa de mi torpe pluma? Por lo tanto anuncio a los escasos visitantes de mi blog, que suspendo cualquier publicación hasta no saber bien como diablos los puedo proteger. Gracias y buenas días para algunos y buenas noches para otros.

lunes, agosto 15, 2005

LITERA-RUTA


(Dios te salve Norteamerica)
Jack Kerouac siempre fue un borracho. Un día, se le ocurrió cruzar Norteamérica de este a oeste, y viceversa. De aquí para allá, de allá para acá. Autos destartalados. Buses de segunda. Trenes de tercera. Entre tanto kilometraje acumulado, escribió un libro. En el camino. Años después, los medios lo convirtieron en un mito. Cuando lo llamaron de la tele, millones de niños esperaban junto a sus padres al nuevo superhéroe norteamericano. Con capa y logotipo en el pecho. Los jóvenes querían ser como él. Los padres volver a ser jóvenes. Grande fue la sorpresa. El santo caminante tenía un barril de cerveza en el estómago. Callos en las manos. Juanetes en los pies.¿El rey de los beatniks? El rey de los hueones será. De los vagos. De los acabados. Dónde está nuestro salvador? se preguntaron en California. ¿Quién diablos es ese fracasado?!!! gritaron en Nuevo México. Lo mataron, lo desterraron, lo aniquilaron antes de ir a la tanda comercial. El conductor pidió excusas a sus televidentes. Los auspiciadores amenazaron con abandonar el programa. Y los estupendos norteamericanos volvieron a sus camas. Todos a dormir tranquilos que mañana será otro día.

domingo, agosto 14, 2005

THE NIGHTSTALKER


El merodeador sale de su guarida. Camina por San Antonio. Entra a una fuente de soda. Se come un italiano. Sin ají. Sin chucrut. Sin ganas. Paga. Sigue por Estado. El merodeador sabe que esta es su noche. Se lo dijo la luna. El sol. Los calcetines. El ladrido del perro. Un diario de circulación nacional. Un aviso de champú. Al merodeador le gusta actuar como un gato. Como un perro. Como una rata. Como una sanguijuela hambrienta de sangre. De pelos. De carne. El merodeador ya eligió a su presa. A su víctima. A su trofeo: 1.65, morena, traje 2 piezas, cartera café, mirada cansada, tacos demasiado ruidosos. Ella toma la 316. El también. Ella paga su boleto. El hace lo mismo. Ella se sienta atrás. El más atrás. Ella se rasca su cabeza. El las manos sudorosas. El escenario está preparado. Pang Ping Pung. La máquina se queda en pana y el merodeador muestra la hilacha: se siente mal, se siente viejo, acabado, parece que está cansado. Un sicópata estresado. La mujer baja por la puerta de atrás. El merodeador no se levanta. La presa huye por las calles desiertas. El merodeador ya no tiene los reflejos de antes. De los años del pongo el ojo/pongo la bala/y a veces la verga. El merodeador por primera vez piensa en su muerte. Y llora. Y le da miedo. Y empieza a tiritar. Y se acuerda de su niñez. De las faldas de su mamá. Del jardín grande. De su autito de madera. De su primer asesinato en defensa propia. De los ojos del pobre tipo. De su perra suerte. Del hijo que nunca tuvo. De la amada que nunca volvió. De su pobre corazón malherido. Que ya ha dejado de funcionar. Sin pena. Sin gloria. Sin la maldita redención que esperó toda su vida.

viernes, agosto 12, 2005

CINZANO


Don Pepe espera a un costado del baño de caballeros. Está sentado en su miserable banquito de madera. Esta noche, el bar está lleno. Parejas enamoradas. Mujeres feas. Hombres tímidos. Una familia. Un niño-nieto muerto de sueño. El mozo Riveros le da la señal. Don Pepe se desliza torpemente desde su improvisado camarín. Las mesas interrumpen sus conversaciones. La cojera del artista se hace notar. Los clientes se pegan codazos. Se miran nerviosos. No saben si reír o llorar. Don Pepe ya está sobre el escenario. Pantalón blanco (se le traslucen los calzoncillos. Alguien pregunta si no se trata de un pañal de adulto. Risotada general). Camisa blanca. Botas blancas. Chaleco blanco. Chaquetilla de torero. Exceso de ropa para su escaso metro cincuenta. Un anillo en cada mano. Una gran cabeza calva-rosada-prehistórica. Su ojo de vidrio, la guinda de la torta. Don Pepe mira al guitarrista. Luego al pianista. Guitarra y piano comienzan una alocada carrera. Don Pepe Valencia -el Gitanillo del Cerro Barón- canta sobre el escenario. Como todas las noches. Como todas las últimas noches de los últimos 35 años. Granada tierra soñada la la lá. El silencio reina en el Cinzano. Ahora la voz de don Pepe manda en el lugar. Una pareja de viejos se toman las manos. Los mozos detienen sus entregas. El administrador deja de contar billetes. Un respeto demoledor que aprieta el pescuezo. 5 canciones y el bar explota de emoción. Don Pepe ha terminado su show y recibe un merecido aplauso. Aplausos. Aplausos. Más aplausos. El público de pie. Don Pepe lo ha hecho de nuevo. Su ojo de vidrio brilla más que nunca. Su cojera pasa al olvido. Su estampa crece en forma endemoniada. El público le pide un bis. Pero Don Pepe sabe que no puede. Otro artista espera su turno. Por eso, las disculpas del caso. Es la hora de su retirada. Como un ceniciento posmoderno. Hora de volver a sentarse a su banquito de madera. A un costado del baño de caballeros. A esperar. A esperar la nueva señal del mozo Riveros, las 7 lucas de paga y la sabrosa cazuela de todos los días.

TURISMO EN PORTOFINO


1
Dicen que Truman Capote y su amante Jack Dunphy llegaron a Portofino, un pueblo de pescadores situado a 30 kilómetros al sur de Génova, manejando un destartalado Renault color rojo. Dicen que bajaron varias maletas, muchos libros y 2 ruidosos perros, alterando el apacible ritmo del pueblo. Dicen que alquilaron una habitación, sobre el Ristorante Stella. Dicen que fue en aquel verano de 1953 que Capote dio los últimos toques a su obra “La Casa de las Flores” (musical ambientado en un burdel de las Indias Orientales). Dicen que una noche Jack sufrió un ataque de celos, porque Capote invitó a su habitación por un par de martinis nada menos que a Greta Garbo. Dicen que esa noche la Garbo sufrió espantosos dolores de espalda. Dicen que Truman se paseaba por las calles de Portofino con una polera muy ajustada y sucia y unos miserables shorts color caqui. Dicen que su caminar afeminado y su estampa de ángel/demonio causaba ciertos comentarios entre los pescadores locales. Dicen que Paul Bowles y Tenesse Williams lo visitaron por algunos días. Dicen que el grupo de escritores terminaba todas las noches borrachos en los modestos bares del lugar. Dicen que Portofino tiene algo especial. Dicen que por nada gente de la talla de Elizabeth Taylor, Richard Burton, Ava Gardner, Humphrey Bogart, Nietzche, Sigmund Freud, Herman Hesse, Kandisnki, Picasso, Pound y Yeats, se dejaron caer por sus encantadoras calles. Dicen que Capote fue el único turista connotado que logró descifrar el alma de este pueblo.

2
Estoy frente al edificio donde dicen que vivió Truman Capote en Portofino. Estoy de pie, frente al cartel que anuncia al Ristorante Stella, con mi cámara fotográfica, casi inmóvil, nada menos que en el lugar donde el escritor norteamericano amó a Jack Dunphy, tomó sus martinis con la Garbo, rió (y coqueteó) con Bowles y Williams. Abro bien los ojos. Las páginas de Desayuno en Tiffanys, A Sangre fría, Plegarias Atendidas, Otras Voces Otros Ámbitos se traspapelan en mi mente. Cierro los ojos. Un leve temblor perjudica el pulso. Apunto con la cámara. Disparo. Congelo un pedazo de la biografía de mi Capote.

3
Un anciano estadounidense retrata con su cámara fotográfica todos los ángulos la pequeña bahía de Portofino. Frente a él, un turista sin nacionalidad definida, mira embobado el frontis de un edificio. El gringo trata de visualizar lo que tiene paralizado al turista sin nacionalidad definida. Como no lo logra, enfoca con su cámara fotográfica y dispara una foto. Un mes más tarde, en una luminosa oficina de la ciudad de Chicago, sus colegas le preguntan por qué tomó esa foto sin sentido. El turista norteamericano no lo recuerda.

jueves, agosto 11, 2005

EUROPA, EUROPA


En Madrid recibí una tarjeta de visita de un brujo ecuatoriana que solucionaba cualquier problema amoroso. En Valencia, la pareja gay de mi primo Sebastián me regaló un perfume Dolce-Gabanna, luego de besarme efusivamente una de mis mejillas. En Barcelona vi desmayarse, con los ojos en blanco, a un catalán de 70 y tantos años en un paradero de autobús. En Milán, me topé en un café con una anciana de peluca roja, ojeras pintadas de azul y de abrigo de piel de cebra. En Génova, la zapatilla de mi pie izquierdo comenzó a emitir un sonido bastante desagradable. En Santa Margherita vi pasar a mi tío Giuse (de 83 años de edad), a más de 70 kilómetros por hora en una Lambretta color beige. En Portofino celebraron misa con un Cristo crucificado que llevaba una capucha de género negro sobre la cabeza. En Rapallo, tuve envidia de un grupo de jóvenes que bebían vino recostados sobre una roca, mientras el sol golpeaba placenteramente sus cuerpos despreocupados. En La Spezia, un viejo viejo se masturbó en la estación de trenes frente a un putito árabe que se sobajeaba las axilas. En Vernazza compré un Pinnochio por 6 euros. En Pisa tuve un dolor de cabeza monumental. En Roma me aterré con una chica de 15 años que entró violentamente a una pizzería, al parecer poseída por un demonio. En Florencia me dieron ganas de tomar la maleta y lanzarla a las aguas del río Arno. En Venecia un joven rumano me ofreció sexo rápido por 5 euros en un baño público. En París me pasaron tantas cosas: me enamoré del nombre de una estación de metro: Réaumur Sébastopol, planeé mi propio atentado terrorista a la Torre Eiffel y me avergoncé con el llanto silencioso de una joven argentina frente a la tumba de don Julio. En Londres viajé en metro con los exaltados, felices y racistas hinchas del Chelsea, equipo que acababa de titularse campeón después de 19 años de espera. En el aeropuerto de Sao Paulo caminé y caminé y caminé y no pude encontrar ningún escondite para fumarme un cigarrillo. En Santiago cerré los ojos por primera vez.

VETERANO


Un día, te tomaron por sorpresa en plena calle republicana. Comenzaba la Guerra Civil Española. Te dieron una cantimplora. Un casco. Y un fusil. A la trinchera soldado. Listo y dispuesto para matar fascistas. De noche, dejaste la cantimplora, el casco, el fusil y saltaste la trinchera. Corriste como endemoniado. Lo tuyo era Franco y sus secuaces. En la otra calle te dieron una cantimplora. Un casco. Un fusil. A la trinchera soldado. Listo y dispuesto para matar republicanos. Terminó la guerra (nunca me dijiste cuantos rojos mataste). Te dieron una medalla. Nacía tu flamante carrera militar. Meses después, te hiciste voluntario. Segunda Guerra Mundial la llamaban. Nazis les decían. Franco los bautizó como la División Azul. Te pasaron otra cantimplora. Otro casco. Otro fusil. Más allá de España te habían reservado otra trinchera. A Rusia los boletos. ¿La orden? Liberar a la Unión Soviética de la plaga comunista. Matar en nombre del Fürher. Pero algo salió mal. Viste morir a tus compañeros. Despedazados. Pero sobre todo, congelados. El fin de la guerra te pilló en Checoslovaquia. Sin la cantimplora. Sin el casco. Sin el fusil. Sin nada, salvo hambre. Pero hambre-hambre. Volviste caminando a España. A Valencia. Tu ciudad. Te dieron más medallas, más cantimploras, más cascos, más fusiles. Años después te hiciste padre de mi madre. Abandonaste tu carrera militar. Tomaste un barco con tu mujer y tus dos hijas. Cruzaste el Atlántico. Llegaste a Argentina. Volaste sobre la Cordillera de los Andes. Te radicaste en Chile. Pasaron otros años y un día te convertiste en mi abuelo. En el abuelo más duro del bosque genealógico. Hoy, mayo del 2004, te tengo frente a mí. Sentado frente a tu televisor. Sintonizando TVE. Medio sordo. Un preinfarto a cuestas. La mirada casi perdida. La rabia a flor de piel. Básicamente, un veterano de guerra. Un soldado al que entre todos los familiares le escondimos su cantimplora, su casco y su fusil. Intimamente creemos que el mundo nos debe una.

lunes, agosto 08, 2005

ORO



15-0 Tengo que pelar un cerro de papas porque mi mujer y mis hijas me piden el almuerzo del día sábado y yo embobado por la televisión que transmite un partido de tenis donde Chile se juega la posibilidad de conquistar su primera medalla olímpica. 15 IGUALES La Martina me dice que no grite más como viejo/pelao/loco y la Isabella me mira con sus grandes ojos tratando de descifrar esa, hasta ahora, desconocida pasión por el deporte. 30-15 Suena el teléfono, Massú/González se va a la red y mi madre me dice que el abuelo se está jugando el partido de su vida, producto de un nuevo pre-infarto, que lo tiene al borde del más allá. 30 IGUALES La olla está lista, un poco de mantequilla, ajo picado, las papas que se fríen, silbidos desde una galería compuesta por mi mujer y mis 2 hijas exigiendo, cual hinchas, su esperado almuerzo de día sábado sin entender que yo, cocinero-padre-hombre de radio, me dejo llevar por pelotas que van y vienen sobre una carpeta azul olímpica y ateniense. 40-30 De nuevo el teléfono, mientras las papas se me pegan a la olla, mientras Massú le reclama al árbitro, mientras mi abuelo se juega el set match point en una clínica privada, Jaime, al eterno Jaime se le ocurre asumir su homosexualidad el día en que Chile se juega las pelotas. 40 IGUALES. La Martina y la Isabella rugen de hambre y mi explicación sobre papas quemadas y homosexualidad asumida suena bastante tonta y mi mujer aburrida de este cocinero-padre-hombre de radio, las toma de un ala y se las lleva al mcdonald más cercano, mientras corro detrás de ella explicando que no me demoro nada en hacer un par de salchichas y dos huevos duros. VENTAJA ESTADOS UNIDOS La olla ha quedado inservible, mi amigo Jaime me cortó el teléfono, mi abuelo con sus pies más allá que acá, mis hijas engullendo sus cajitas felices, mi mujer pensando en como pedirme el divorcio y yo, el tonto de siempre, fumando, gritando un triste ce a che í en una cocina solitaria, cambiando de canal para ver si nos llega la suerte, esperando que Massú/González entiendan a la distancia que sólo un triunfo podrá aplacar el dolor de todas mis derrotas sabatinas. IGUALES Vamos Chile que se puede, dice el tonto del comentarista por enésima vez cuando un pelotazo azota el ventanal de la casa, cabros de mierda que hacen a esta hora jugando tenis cuando el tenis hay que verlo por la tele, antipatriotas deberían encerrarlos a todos en la comisaría de la esquina para ver si de una vez aprenden a ser verdaderos hinchas del país de la estrella solitaria. VENTAJA CHILE Suena el celular, es mi hermana preguntando por la receta de las papas a la mantequilla con ajo mientras Massú y González nos ponen en cámara sus mejores perfiles de dioses griegos, mientras Jaime debe estar tocándose la cuestión frente a sus revistas gays, mientras mis hijas le deben estar preguntando a su madre cuando fue el instante preciso en que el papá se volvió loco, mientras la madre le debe estar explicando a mis hijas que mi enfermedad es temporal, mientras mi abuelo volvía a este mundo para seguir encabezando las mesas de día domingo, mientras los niños allá afuera también se preguntan cuando fue el minuto en que el vecino buena onda de aro en la oreja izquierda empezó a peinar la muñeca. JUEGO, PARTIDO Y MEDALLA DE ORO PARA CHILE. Fin a la tortura. El cocinero-padre-hombre de radio derrama un par de lágrimas, graba en su memoria todos los detalles de este día de furia, enciende otro cigarro, apaga la tele, recuerda que el lunes vuelve a trabajar y piensa con rabia en toda la plata que González y Massú se van a echar al bolsillo por ganar un miserable y estúpido partido de tenis.

LA MICRO


Se sienta a mi lado. La micro está casi vacía y se sienta a mi lado. Bajo el volumen del walkman y cruzo los dedos. Me quedan muchas avenidas y eso me pone contento. Miro de reojo. Jeans ajustados. Polera amarilla. Zapatillas negras El movimiento de la micro juega a mi favor. La culpa es de la máquina. No de la rodilla. Se toca el pelo. Una dos tres veces. Es un signo diría la Carola. Quiere culiar sentenciaría el Mono. Ni lo uno, ni lo otro. Sólo tenía ganas de tocarse el pelo. Sube un vendedor ambulante. Sube otro. Y otro. Me ponen nerviosos. Sin querer queriendo, alteran el juego seductor de la locomoción colectiva. Ahora me toca la rodilla. Ahora yo le toco la rodilla. Este amor nace a punta de rodillazos, pienso. La micro frena. Todos hacia adelante. Todos hacia atrás. Voltea para mirarme. “Que susto”, dice. “Eh” le digo. Silencio. Silencio idiota. Pierdo uno cero. Me hago el desentendido. Miro las calles pasar por la ventana. También miro sus piernas por el reflejo. Sé que le gusto. Quiero irme al ataque. Volteo la cara. “Eres linda”, le susurro en sus oídos. “Si sé”, me dice. Que vergüenza. Dos cero. Subo el volumen del walkman. Canción llorona v/s tráfico endemoniado. Empate técnico. Me habla. No la escucho. Mueve sus labios. No la escucho. Me habla más fuerte. No quiero escucharla. Paf!!. Me saca los audífonos a manotazos. “Tú mamá dice que aquí se bajan”. Vieja de mierda. Pierdo por goleada.