martes, octubre 06, 2009

ABRIGO DE PIEL, FRENTE


No tenías por qué hacerlo. Tu decisión, como siempre, fue inesperada. De un día para otro. De un minuto a otro. Atrás quedaban los sueños, las promesas, las conversaciones idiotas, las risas de media tarde. Te acuerdas cuando nos conocimos? Caminabas por el Parque Forestal. Vestido con una camisa casi miserable y un extraño y desteñido abrigo de piel. Te acercaste a pedir un cigarro. Miré tus ojos. Recuerdo que hacía frío, que te seguían 3 perros, que tenías los pantalones arrugados. Era un día nublado, los niños jugaban por todo el Parque. Parecías el mesías de los desesperados. Un yonqui. Un monje franciscano. Creo que nos enamoramos antes de que te pasara el cigarro. Por lo menos yo. Te sentaste y me preguntaste si conocía los poemas de Rodrigo Lira, las canciones de Los Angeles Negros y las novelas de Arthur Miller (sé que quisiste decir Henry pero en ese momento te falló la memoria). A la semana ya vivíamos juntos. En mi departamento, claro. Cuando te pregunté por tu trabajo dijiste un poco de esto otro poco de aquello. Pero a esa altura ya nada importaba. Estaba prendida de ti. Me hacías el amor como un salvaje. Olías como un pordiosero. Un ángel pordiosero. A veces desaparecías y nadie sabía nada de ti. Ni siquiera el Pancho, tu amigo borracho que siempre trató de besarme a tus espaldas. Te acuerdas de aquella vez que te fui a buscar a la comisaría? Quisiste asaltar una agencia de Polla Gol armado con un poema escrito quizás en qué tugurio. Siempre fuiste un loco. Quizás eso era lo que más amé de ti. Desde el primer momento. Y bueno. Llegó el día. Recuerdo que nos quedamos dormidos con la ventana abierta. Era verano. Después de preparar tu café con leche (una cuchada de café, media de azúcar y dos chorros de leche) me dijiste que querías hablar conmigo. Te miré en silencio y me senté en la cama. Me dijiste que me amabas, que te ibas de viaje pero que pronto volverías a mis brazos. Me dijiste que era una oportunidad que no podías dejar pasar. Yo no dije nada. Nada. Tomaste una mochila, echaste un par de calcetines, tus camisas miserables y los poemas de Lira. Dijiste algo de Marruecos, de Tánger. Pasaron 5 años. 5 años que no supe nada de ti. Un día tocaron el timbre y me entregaron una carta. En la carta salía mi nombre, escrito con una letra que no era tuya y con una falta de ortografía aberrante (decía Billanueva). No tenía remitente. Dentro del sobre una foto. Ni una palabra, ni una sola pista de tu paradero, si estabas vivo o muerto, si aún me querías, si estabas en África o en San Bernardo. Nada de nada. Sólo una foto en blanco y negro. La verdad es que no te reconocí a la primera. Pero ahí estabas con tu abrigo. En la foto apareces de frente con los ojos cerrados. Alguien me dijo que tu amigo Pancho tiene otra foto tuya en la que apareces de espalda. Con el mismo corte de pelo, el mismo abrigo y también en blanco y negro. Pero no la he visto. A Pancho le perdí la pista hace rato.