Cientos de veraneantes tostándose al sol. La arena: como una alfombra perfecta. El cielo: un papel mural sin degradé. Pelotas de tenis van y vienen. Como las olas. Como los gritos que anuncian el rico barquillo y el pegajoso cuchufí. Nadie deja de sonreir. Los niños juegan en la orilla. Un par de surfistas se pierden entre las olas. Decenas de bikinis encienden las miradas. Es una postal veraniega inmaculada. Un spot de televisión, natural y vendedor. De pronto, las sonrisas se convierten en muecas. Las muecas en inquietud. Algo que no encaja. Algo molesta. Es cierto. Hay alguien que está fuera de lugar. Es una niña. Una niña-de-cabeza-calva. Al centro del set veraniego esta niña-de-cabeza-calva extiende su toalla. Su sonrisa es amplia. Sus aros se ven enormes. En una mano el balde. En la otra una palita. El encantador sonido de las paletas se detiene. Los vendedores ambulantes bajan la voz. El bronceado salvavidas sube el volumen del walkman. Algunos la miran. Otros esconden sus ojos tras los best sellers de verano. Hasta las gaviotas guardan silencio. No hay remedio. La máquina vacacional sufre esta vez un duro revés.
lunes, julio 17, 2006
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