miércoles, septiembre 22, 2010

A LO PIGLIA


Caminamos por la calle de siempre. Me dices que tienes un resfrío de la puta madre. Me hablas del clima, del trabajo, de lo injusto que ha sido el alza en el precio de las entradas del cine. La primera vez que te vi, está diciendo, se me subieron todos los colores al rostro. La segunda, dijo, supo mantener la compostura para no desatar una guerra mundial. Mientras elegíamos una mesa en el café, me fue contando sobre lo difícil que han sido estos últimos días. Mi silencio, tu silencio, dice, es el peor castigo que hemos recibido desde el cielo. Pido un café, ella un jugo. No tomo café desde que decidí alejarme de ti, me dice. Hablamos de esto y lo otro, hasta que me haces la pregunta que no nos está permitida. Por qué tuvimos que enamorarnos? Yo no puedo amarte, dijo. Te odio, eso dijo. Pero también te amo, dijo al final. Le contesto: estás locas, sabías? Me dice: No soy loca, soy tonta. Pero a quien le importa, me dijo. Enciende un cigarro. Sí, de verdad te amo, dice. Pero también es cierto, dijo, que no puedo hacerlo. Pago el café mientras se aleja por la calle de siempre. Te amo, sí, eso dijo. Y eso era lo que importaba. El resto era paja molida.

sábado, septiembre 11, 2010

FRIO


Estuve con él. Sólo ahí. En un pieza blanca y silenciosa. Afuera se escuchaban los sollozos de la familia. Adentro nada. Le toqué la frente. Era un hielo. Su rostro cansado y sereno. Tenía mal puesta la corbata. Su pelo le caía sobre sus orejas en forma desordenada. El siempre iba bien peinado. Le toqué la mano. Le acaricié el rostro. Tuve un llanto ahogado. Me sonó el celular. Me palpitó el ojo izquierdo. Me soné. Lo toqué de nuevo. Le di un beso de despedida. Lo miré por última vez. Abrí la puerta. La cerré. Por primera vez mi abuelo era un cadáver.